Hace un par de semanas varias disertaciones de las que participé pusieron el foco en el libro electrónico. Las diversas posiciones que de él tienen las grandes editoriales, los escritores y los usuarios. Algunos observan el fenómeno de reojo alentando la aventura de pelear para que el libro -en su soporte físico más tradicional- se mantenga. Otros en cambio aventuran su futura desaparición o transformación hacia formatos donde los conceptos de página, hojas, lectura son diversos.
Hoy existe una crisis conceptual planteada entre las bondades y los factores negativos del libro en soporte digital. Esta dicotomía no es nueva. Se ha manifestado a lo largo de la historia. Los cambios dados en este contexto son la huella que evidencia esta idea.
El debate lleva varios años y urge un salto al vacío para trascender las discusiones sobre sí es o no una realidad rentable, aceptable, benéfica. El libro digital existe. Los conceptos en torno a él son material de libros, tesis, disertaciones. La realidad ya exige un paso más. Exige avanzar hacia la aplicación de esas ideas y aceptación de que no necesariamente son antagónicas, sino más bien complementarias.
La riqueza de un libro digital ofrece una experiencia especial al lector y también a su autor. Eso no va en desmedro del placer que tiene el tomar el objeto libro e introducirse en su universo, viviendo otra experiencia ante la lectura y escritura. Quizás la dualidad digital vs. físico en torno al libro no debería enfocarse tanto en el soporte, sino en las maneras en las que se ofrecen los contenidos en uno u otro formato. Es en ese punto donde hace falta reflexión. Sobre todo reflexión y aplicación desde la cultura.
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