La inmediatez es uno de los principales signos de identidad del siglo XXI. Ya es cotidiana la velocidad para contactarnos con puntos alejados en instantes y llegar a los lugares más recónditos del plantea -e incluso más allá de él- en cuestión de horas. En la aldea global el tiempo se percibe alterado por un cúmulo de factores que tienen un punto en común: los avances tecnológicos aplicados a todas las disciplinas de las ciencias.
En ese contexto, los modos en los que sentimos, percibimos y analizamos el mundo que nos rodea están cambiando. Las maneras de aprender e interpretar también. Hemos pasado de concebir un mundo en equilibro, a romperlos con nuevas lógicas que llegaron con la revolución industrial, y avanzaron a partir de allí. Desde entonces se registra un cúmulo de crecimientos y evoluciones cuyas leyes sucumben en nuestros días ante una crisis global.
Con la mirada puesta en este enfoque surge el debate sobre nuevas realidades materializadas y definidas bajo los conceptos que encierra la idea de un mundo virtual. En ese mundo (que ya no es el futuro sino un presente palpable) vive y se desarrolla la cultura digital. En el marco de un análisis sobre este tópico, donde se exponen planteos orientativos a provocar un aluvión de observaciones y remover viejas estructuras que
provoquen una crisis, y por consiguiente un cambio, la paradoja se hace presente.
Cada tiempo ha tenido sus maneras de provocar las crisis. Así como cada tiempo ha sabido potenciar y acomodar sus lenguajes para poder convertir convulsionados momentos en la historia en oportunidades de cambio. Estas ideas de transformación, que pueden aplicarse sin más a las realidades sociales como a las personales, se muestran con fuerza e ímpetu en la dialéctica entre el mundo virtual y el físico. Es un hecho que la tecnología en muchos casos ha roto barreras y en muchos otros ensanchado las brechas entre los que tienen acceso a esos avances y los que no.
Para sortear esas distancias, la cultura -entendida como fenómeno complejo y rico, como vía de educación y evolución-, ha de desarrollarse e imbuirse también de la virtualidad del mundo digital. Pero esta realidad virtual, sin ser antagónica con el mundo analógico, no puede entenderse sin interpretar y respetar sus lenguajes. No resulta positivo aplicar al espacio virtual los métodos, códigos y lenguajes que utilizamos en el mundo físico. El cerebro reacciona de distintos modos.
Una clase dictada en un aula puede ofrecer herramientas como el audio, el video y otros instrumentos multimedia y no por ello ser catalogada como virtual. Un esquema inverso se aplica al mundo digital. Al enfrentarnos al tema no podemos simplemente sentarnos ante el ordenador y presenciar una clase virtual utilizando la misma pedagogía que en un aula tradicional. Más allá de que se apliquen o no herramientas propias del mundo virtual, el mundo digital existe, crece y exige que se aprendan y se apliquen sus leyes. La cultura digital, como un fenómeno afianzado en muchos y emergente en otros, también.
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